domingo, 22 de julio de 2018

El rodaje de Rebeca, más allá de un comunicado oficial


Grabando la primera toma del día













Texto: Pedro Pineda
Fotos: JFE



Dicen que la mejor forma de aprender algo es ponerse manos a la obra para luego repetir, repetir y repetir. Pues magnífica es la oportunidad que brinda el CEU para los que quieren aprender sobre la realidad del cine, bien sean de los que se remangan por primera vez o de los que están en uno de los tres “repetir”.

Despertarse un sábado de diciembre a las 7 de la mañana. Cuando el sol, perezoso como él solo en el tramo final del año, aún no se ha dignado ha despegarse las sábanas. Cuando el móvil marca la tan apacible como apetecible temperatura de -2ºC. Cuando en la calle solo deambulan los etílicos rezagados que han perdido la referencia que les distingue el ayer del hoy. Este amargo cuadro no hace más que empeorar al mencionar el destino: la Sierra de Guadarrama, donde, según la previsión de esa sección final del telediario condenada a desaparecer, nevaría durante todo el día.

Pues así comenzaban la mañana el pasado sábado 2 de diciembre los alumnos y alumnas del CEU que participaban en el taller de rodaje que organiza la universidad. Solo las ganas de crear y dar los primeros pasos en el mundo del cine, del que un día esperan formar parte, podían hacer que se enfrentaran a tal desdicha.

Cada uno conocía sus funciones, estaban listos para empezar, pero nada de trabajar con el estómago vacío. Rebeca podía esperar un poco más. Así que la primera parada fue en una cafetería en la que desayunar por cortesía del equipo de producción, financiado por la universidad. Porque como dijo el sabio: “lo que sale gratis, sabe mejor”. Ahora sí. Que empiece la magia.

Parte del equipo durante las grabaciones en la Sierra de Guadarrama



La misma calle de la cafetería fue el primer escenario escogido. Cualquier valiente que esa mañana se atreviera a recorrer las nevadas calles de Guadarrama, sentiría cierta compasión al ver a un grupo de estudiantes moviéndose en torno a un chico que caminaba por la calle como si todo aquello no fuera con él.

El cámara no podía ni moverse con tanto bullicio a su alrededor; la improvisada paragüera intentaba coordinar sus movimientos con los del cámara; el director trataba de concentrarse para ver lo que quería que se viera; el cansino del ayudante de dirección no sabía ni dónde estaba; el equipo de sonido procuraba, como el resto, pasar desapercibido después de haberse gritado el solemne “corten”, lo que no resultaba fácil sosteniendo en horizontal una pértiga de dos metros. Dicho así, parece más bien la desastrosa caricatura de un rodaje, pero en eso consiste precisamente un rodaje. Había que buscar el orden entre tanto caos, y el resultado fue extraordinario. La buena actitud y disposición de cada miembro del equipo para cumplir su papel hacía que las dificultades surgidas fueran solo artísticas. Y el buen ambiente que se respiraba en el grupo también motivaba que el viento soplara a favor.

Este ambiente se conservó durante el resto del día. Si acaso, lo que varió fue la confianza que se iba creando a medida que pasaban las horas. Una vez en el bar, la segunda localización, el tiempo voló. Cámaras, trípodes, cables, focos, posición de la mesa, actores aquí y allí, “por favor, silencio”, acción/corten, acción/corten, y en un momento había llegado la hora de comer. Unos bocadillos rápidos, sin tiempo de estar sentados, y un café que compensara la bajada del nivel de sangre del cerebro. Gratis, por supuesto. Qué gran palabra.

Y llega el bosque. La tercera y última localización. Tan perfecto que parecía un decorado artificial fabricado para el corto. Un paisaje blanco y desolador que haría a los mismísimos hermanos Coen arrepentirse de no haber rodado Fargo veinte años más tarde (lo bueno de las hipérboles es su valor descriptivo). Lo peor fue el frío, especialmente para los actores, pero ni una queja. De hecho, el equipo estaba más pendiente de abrigarles y evitar males mayores que ellos mismos.

El espectador suele preferir un final feliz. Espero que con el lector ocurra lo mismo porque así es el final de la historia. Además de un final abierto, porque con el último “corten” llegaba la hora de recoger y de despedirse, pero antes de ese momento ya se habían escuchado comentarios sobre futuros proyectos, sobre las ganas de seguir creando, incluso algunas ideas aún en bruto. Y es que si algo dio esta experiencia, entre otras cosas, fue ganas de más.


Grabando la escena del restaurante

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