domingo, 22 de julio de 2018

Olivia


Nuestra protagonista durante una toma





Texto: Guadalupe Belmonte
Fotos: JFE



Carlos, director de fotografía y Susi, directora,  comprueban una toma


Es difícil de explicar el mundo de los sueños, de la culpa y de los miedos. Sin embargo, el pasado viernes, un grupo de chicos apasionados del arte de contar historias, cogieron una cámara y bolsas de basura, entre otras cosas, y empezaron la primera
jornada de rodaje.




Los primeros planos de Olivia fueron en la piscina. Susi, la directora, estirada en el suelo al borde del agua, gesticulaba enérgicamente explicando la relación entre las brazadas y la angustia interior que debía sentir Judit, la actriz principal. Mientras tanto, el resto del equipo ayudaba a Carlos, el dire e foto, a buscar la textura que necesitaba para la imagen cubriendo toda la pared negro.

El segundo día salimos de Madrid sin que hubiera salido el sol y volvimos después de que se hubiera ido otra vez. Hacia frío, demasiado frío, y nevó. En el bosque cada plano duraba una eternidad, pero todos aguantábamos, por Olivia, por su historia, por el sacrificio de los actores. Ellos que, sin apenas abrigo, eran capaces de hacer realidad los personajes que habían surgido de las sesiones de guion durante el semestre pasado.


Parte del equipo en un descanso de la grabación

Desde la casa llegaban de vez en cuando refuerzos y tazas de chocolate caliente que nos animaban a sentir el momento en el que la realidad y la ficción estaban completamente unidas. Cuando ya recogíamos, listos para rodar otra escena lejos del bosque, el viento movía los arboles y la nieve caía más abundante. Nosotros levantamos la mirada y recordamos aquellas palabras de Griffith; lo que el cine necesita es belleza, la belleza del viento moviéndose entre las hojas de los árboles. Susi, cámara en mano, se quedó atrás, mientras el resto caminábamos hacia la casa, para capturar aún aquella belleza de la cual la historia de Olivia estaba llena.

Las escenas en la casa, aunque seguían siendo duras y delicadas, el techo nos unía como a una gran familia y el tiempo no importaba porque todos nuestros corazones estaban pendientes solo de lo que pasaba durante cada toma. Con la luna ya bien alta y la tarjeta de memoria repleta de sombras y colores nos despedimos para vernos al día siguiente, para rodar las secuencias del bar.

El domingo era un pequeño local decorado con buen gusto lo que nos iba a servir para seguir contando la historia de Olivia. Los extras llegaban y se sentaban en la barra, listos para conversar animadamente durante las próximas seis horas aproximadamente, pendientes de las instrucciones de Susi. “Manolo, café para llevar” fue la frase más usada ese día y colgando enmarcados sobre nuestras cabezas observaban nuestras locuras y oían los gritos de Olivia Hitchcock y Merylin Monroe.

El último día, el viernes siguiente, el día de la enfermería. Allí recuperamos la camaradería que habíamos echado de menos desde el domingo anterior y volvimos a ser capaces de ver la historia hecha realidad, rodeada de fresnels y geles, y con una vía con aguja suelta entre las sábanas que todos temíamos que acabara causando un accidente. Fue una experiencia mágica que esperamos poder repetir pronto y que apreciamos con todo nuestro corazón, porque cada rodaje es inolvidable, y la familia que se forma también.

Preparando la escena de la piscina

El rodaje de Rebeca, más allá de un comunicado oficial


Grabando la primera toma del día













Texto: Pedro Pineda
Fotos: JFE



Dicen que la mejor forma de aprender algo es ponerse manos a la obra para luego repetir, repetir y repetir. Pues magnífica es la oportunidad que brinda el CEU para los que quieren aprender sobre la realidad del cine, bien sean de los que se remangan por primera vez o de los que están en uno de los tres “repetir”.

Despertarse un sábado de diciembre a las 7 de la mañana. Cuando el sol, perezoso como él solo en el tramo final del año, aún no se ha dignado ha despegarse las sábanas. Cuando el móvil marca la tan apacible como apetecible temperatura de -2ºC. Cuando en la calle solo deambulan los etílicos rezagados que han perdido la referencia que les distingue el ayer del hoy. Este amargo cuadro no hace más que empeorar al mencionar el destino: la Sierra de Guadarrama, donde, según la previsión de esa sección final del telediario condenada a desaparecer, nevaría durante todo el día.

Pues así comenzaban la mañana el pasado sábado 2 de diciembre los alumnos y alumnas del CEU que participaban en el taller de rodaje que organiza la universidad. Solo las ganas de crear y dar los primeros pasos en el mundo del cine, del que un día esperan formar parte, podían hacer que se enfrentaran a tal desdicha.

Cada uno conocía sus funciones, estaban listos para empezar, pero nada de trabajar con el estómago vacío. Rebeca podía esperar un poco más. Así que la primera parada fue en una cafetería en la que desayunar por cortesía del equipo de producción, financiado por la universidad. Porque como dijo el sabio: “lo que sale gratis, sabe mejor”. Ahora sí. Que empiece la magia.

Parte del equipo durante las grabaciones en la Sierra de Guadarrama



La misma calle de la cafetería fue el primer escenario escogido. Cualquier valiente que esa mañana se atreviera a recorrer las nevadas calles de Guadarrama, sentiría cierta compasión al ver a un grupo de estudiantes moviéndose en torno a un chico que caminaba por la calle como si todo aquello no fuera con él.

El cámara no podía ni moverse con tanto bullicio a su alrededor; la improvisada paragüera intentaba coordinar sus movimientos con los del cámara; el director trataba de concentrarse para ver lo que quería que se viera; el cansino del ayudante de dirección no sabía ni dónde estaba; el equipo de sonido procuraba, como el resto, pasar desapercibido después de haberse gritado el solemne “corten”, lo que no resultaba fácil sosteniendo en horizontal una pértiga de dos metros. Dicho así, parece más bien la desastrosa caricatura de un rodaje, pero en eso consiste precisamente un rodaje. Había que buscar el orden entre tanto caos, y el resultado fue extraordinario. La buena actitud y disposición de cada miembro del equipo para cumplir su papel hacía que las dificultades surgidas fueran solo artísticas. Y el buen ambiente que se respiraba en el grupo también motivaba que el viento soplara a favor.

Este ambiente se conservó durante el resto del día. Si acaso, lo que varió fue la confianza que se iba creando a medida que pasaban las horas. Una vez en el bar, la segunda localización, el tiempo voló. Cámaras, trípodes, cables, focos, posición de la mesa, actores aquí y allí, “por favor, silencio”, acción/corten, acción/corten, y en un momento había llegado la hora de comer. Unos bocadillos rápidos, sin tiempo de estar sentados, y un café que compensara la bajada del nivel de sangre del cerebro. Gratis, por supuesto. Qué gran palabra.

Y llega el bosque. La tercera y última localización. Tan perfecto que parecía un decorado artificial fabricado para el corto. Un paisaje blanco y desolador que haría a los mismísimos hermanos Coen arrepentirse de no haber rodado Fargo veinte años más tarde (lo bueno de las hipérboles es su valor descriptivo). Lo peor fue el frío, especialmente para los actores, pero ni una queja. De hecho, el equipo estaba más pendiente de abrigarles y evitar males mayores que ellos mismos.

El espectador suele preferir un final feliz. Espero que con el lector ocurra lo mismo porque así es el final de la historia. Además de un final abierto, porque con el último “corten” llegaba la hora de recoger y de despedirse, pero antes de ese momento ya se habían escuchado comentarios sobre futuros proyectos, sobre las ganas de seguir creando, incluso algunas ideas aún en bruto. Y es que si algo dio esta experiencia, entre otras cosas, fue ganas de más.


Grabando la escena del restaurante